El titulo de la nota NO es un error involuntario. Pasa que los gobiernos pretenden ser la versión moderna de Robin Hood, pero invariablemente terminan siendo Hood Robin. Para la sabiduría popular, este mítico personaje, robaba a los ricos para distribuir su botín entre los pobres. Los gobiernos, recitan esta moral, pero concluyen haciendo exactamente lo contrario. Les sacan a los pobres para darle a los que más tienen.
Lo poco que se sabe respecto de esta clásica leyenda nacida en Inglaterra, cuenta esa historia oficial. No se tiene la certeza acerca de si este personaje existió. Lo concreto es que, no les quitaba bienes a los ricos para darle a los pobres, sino que luchaba contra la autoridad, personificada en el sheriff de Nottingham y en el famoso Príncipe Juan Sin Tierra. Ellos, utilizando la fuerza del poder público, se apropiaban de las riquezas de los nobles. El legendario héroe en cuestión, desde la clandestinidad en los bosques de Sherwood, recuperaba esas posesiones de manos de quienes la habían logrado ilegítimamente, para devolvérselas a sus víctimas.
No es un detalle menor, para la ideologizada historia que nos suelen contar. Pero en esta oportunidad, importa comparar esa visión tradicional del hombre justo, que quitaba a los ricos para ayudar a los pobres, con este Estado del bienestar que supimos conseguir.
Para el mundo en general, y especialmente para los latinos, existe cierta bondad en la mágica idea de apropiarse de las posesiones de los ricos, para distribuirlas entre los más pobres. Esta escala de valores, es fervientemente apoyada por los que menos tienen. Pero, fundamentalmente, por los que se autoproclaman expertos en la materia, erigiéndose como los indicados para distribuir esos bienes. Vale recordar aquello que dice que "el que parte y reparte se queda con la mejor parte". Se han ocupado además, ellos mismos, de darle un soporte intelectual y, por sobre todo, emotivo al asunto.
Argumentos, no hay muchos. Solo esa falacia que logra ajustar las premisas a la conclusión diseñada, alterando la .esencia del pensamiento lógico.
La idea de la redistribucion de la riqueza goza de una desproporcionada popularidad, particularmente en los sectores que menos tienen y que suponen ser lo favorecidos por el sistema. Es que compraron el argumento lineal de sus artífices. Sacar a los ricos y repartir entre los pobres. Aunque inmoral, porque olvida el origen de la propiedad de esos recursos, suena tentador, especialmente a los beneficiados en esa redistribución.
Asume esta ideología, que la distribución, es decir la primaria, la que surge de la interacción voluntaria entre seres humanos, no es justa. Dicen así que otorga a algunos, que no se merecen, y deja afuera a otros, los más, desdichados.
Llega entonces, bajo este razonamiento, la mágica mano del Estado, justo, equitativo, eficiente, criterioso y ecuánime para resolver aquello que los individuos no han logrado por sus propios medios. Vaya fantasía.
En realidad, la redistribucion de la riqueza solo puede ser admitida desde un costado demasiado emocional, brindando pocos argumentos y escasa racionalidad.
Sin embargo, hay que decirlo, goza de popularidad. De hecho, no existen prácticamente partidos políticos de significación electoral, que no suscriban y reciten este arrullo para los oídos de muchos votantes.
Hace poco tiempo se conoció información estadística en la República Argentina que concluye que buena parte de los subsidios que intentan contener el aumento de precios termina beneficiando a los sectores económicos mejor acomodados. Unos 14 mil millones de pesos llegan así, a las manos de los que menos privaciones tienen.
De esta manera, la tan aplaudida redistribución se vuelve regresiva. Ni siquiera consigue sus fines originales. No solo no corrige lo que ya, opinablemente, pretende ajustar, sino que profundiza el cuadro de situación que observa como repudiable.
Los subsidios se han convertido en "un clásico" entre las herramientas de gobierno admitidos por la sociedad para esa tan ansiada y utópica redistribución. No lo consiguen, pero no porque se eligen mal los medios para lograrlo, sino porque la redistribución, esconde implícitamente, una igualación de accesos a ciertos derechos que justamente, los que menos tienen, no podrán nunca disponer por cuestiones que le son propias.
Los sectores de la sociedad que están absolutamente impedidos porque viven en extrema pobreza, terminan pagando, directa e indirectamente, las comodidades de sectores con mayores oportunidades. Subsidiar la producción, distribución o incluso los precios de determinadas mercancías, como los alimentos, energía o transporte, resuelve, paradójicamente, el problema de los sectores que SI pueden pagarlo.
No resulta necesario entrar en detalles acerca de la significación de los "costos administrativos" de estas gestiones redistributivas donde conviven arbitrariedades y discrecionalidades. La corrupción no esta incluida en esta nómina, pero bien podría ser tenida en cuenta.
La redistribución es definitivamente una utopía. Siempre que se quita a unos para otorgar a otros se cae en una trampa. En este proceso, las inequidades son invariablemente superiores a los beneficios. Si se pretende ayudar a los que menos tienen, esto implica trabajar en otra línea, garantizándoles reglas claras para su desarrollo, ofreciendo transparentes oportunidades a los que poseen el capital para que inviertan allí donde los que menos tienen precisan empleo digno para alimentar a los suyos.
Se favorece a los más pobres, disminuyendo la espantosa presión fiscal que los condena a aportar no menos de 4 de cada 10 pesos, de los que con gran dificultad, generan para sus familias.
Los pobres no necesitan administradores de sus penurias. Su pobreza no permite pagar los obscenos gastos de un Estado que insulta con su despliegue de comitivas, proyectos faraónicos para los que más tienen y corrupción estructural cuya aniquilación es crónicamente postergada.
Probablemente Robin Hood sea una leyenda. La escala de valores que transmite no es de aquellas de las que debamos necesariamente ufanarnos. Igualmente queda claro, que los gobiernos pretenden parecerse a ese mito, pero terminan siendo exactamente lo contrario. Mientras tanto, solo se dedican a quitarle a los más pobres para darle a los más ricos, en esta suerte de Hood Robin.
Lo poco que se sabe respecto de esta clásica leyenda nacida en Inglaterra, cuenta esa historia oficial. No se tiene la certeza acerca de si este personaje existió. Lo concreto es que, no les quitaba bienes a los ricos para darle a los pobres, sino que luchaba contra la autoridad, personificada en el sheriff de Nottingham y en el famoso Príncipe Juan Sin Tierra. Ellos, utilizando la fuerza del poder público, se apropiaban de las riquezas de los nobles. El legendario héroe en cuestión, desde la clandestinidad en los bosques de Sherwood, recuperaba esas posesiones de manos de quienes la habían logrado ilegítimamente, para devolvérselas a sus víctimas.
No es un detalle menor, para la ideologizada historia que nos suelen contar. Pero en esta oportunidad, importa comparar esa visión tradicional del hombre justo, que quitaba a los ricos para ayudar a los pobres, con este Estado del bienestar que supimos conseguir.
Para el mundo en general, y especialmente para los latinos, existe cierta bondad en la mágica idea de apropiarse de las posesiones de los ricos, para distribuirlas entre los más pobres. Esta escala de valores, es fervientemente apoyada por los que menos tienen. Pero, fundamentalmente, por los que se autoproclaman expertos en la materia, erigiéndose como los indicados para distribuir esos bienes. Vale recordar aquello que dice que "el que parte y reparte se queda con la mejor parte". Se han ocupado además, ellos mismos, de darle un soporte intelectual y, por sobre todo, emotivo al asunto.
Argumentos, no hay muchos. Solo esa falacia que logra ajustar las premisas a la conclusión diseñada, alterando la .esencia del pensamiento lógico.
La idea de la redistribucion de la riqueza goza de una desproporcionada popularidad, particularmente en los sectores que menos tienen y que suponen ser lo favorecidos por el sistema. Es que compraron el argumento lineal de sus artífices. Sacar a los ricos y repartir entre los pobres. Aunque inmoral, porque olvida el origen de la propiedad de esos recursos, suena tentador, especialmente a los beneficiados en esa redistribución.
Asume esta ideología, que la distribución, es decir la primaria, la que surge de la interacción voluntaria entre seres humanos, no es justa. Dicen así que otorga a algunos, que no se merecen, y deja afuera a otros, los más, desdichados.
Llega entonces, bajo este razonamiento, la mágica mano del Estado, justo, equitativo, eficiente, criterioso y ecuánime para resolver aquello que los individuos no han logrado por sus propios medios. Vaya fantasía.
En realidad, la redistribucion de la riqueza solo puede ser admitida desde un costado demasiado emocional, brindando pocos argumentos y escasa racionalidad.
Sin embargo, hay que decirlo, goza de popularidad. De hecho, no existen prácticamente partidos políticos de significación electoral, que no suscriban y reciten este arrullo para los oídos de muchos votantes.
Hace poco tiempo se conoció información estadística en la República Argentina que concluye que buena parte de los subsidios que intentan contener el aumento de precios termina beneficiando a los sectores económicos mejor acomodados. Unos 14 mil millones de pesos llegan así, a las manos de los que menos privaciones tienen.
De esta manera, la tan aplaudida redistribución se vuelve regresiva. Ni siquiera consigue sus fines originales. No solo no corrige lo que ya, opinablemente, pretende ajustar, sino que profundiza el cuadro de situación que observa como repudiable.
Los subsidios se han convertido en "un clásico" entre las herramientas de gobierno admitidos por la sociedad para esa tan ansiada y utópica redistribución. No lo consiguen, pero no porque se eligen mal los medios para lograrlo, sino porque la redistribución, esconde implícitamente, una igualación de accesos a ciertos derechos que justamente, los que menos tienen, no podrán nunca disponer por cuestiones que le son propias.
Los sectores de la sociedad que están absolutamente impedidos porque viven en extrema pobreza, terminan pagando, directa e indirectamente, las comodidades de sectores con mayores oportunidades. Subsidiar la producción, distribución o incluso los precios de determinadas mercancías, como los alimentos, energía o transporte, resuelve, paradójicamente, el problema de los sectores que SI pueden pagarlo.
No resulta necesario entrar en detalles acerca de la significación de los "costos administrativos" de estas gestiones redistributivas donde conviven arbitrariedades y discrecionalidades. La corrupción no esta incluida en esta nómina, pero bien podría ser tenida en cuenta.
La redistribución es definitivamente una utopía. Siempre que se quita a unos para otorgar a otros se cae en una trampa. En este proceso, las inequidades son invariablemente superiores a los beneficios. Si se pretende ayudar a los que menos tienen, esto implica trabajar en otra línea, garantizándoles reglas claras para su desarrollo, ofreciendo transparentes oportunidades a los que poseen el capital para que inviertan allí donde los que menos tienen precisan empleo digno para alimentar a los suyos.
Se favorece a los más pobres, disminuyendo la espantosa presión fiscal que los condena a aportar no menos de 4 de cada 10 pesos, de los que con gran dificultad, generan para sus familias.
Los pobres no necesitan administradores de sus penurias. Su pobreza no permite pagar los obscenos gastos de un Estado que insulta con su despliegue de comitivas, proyectos faraónicos para los que más tienen y corrupción estructural cuya aniquilación es crónicamente postergada.
Probablemente Robin Hood sea una leyenda. La escala de valores que transmite no es de aquellas de las que debamos necesariamente ufanarnos. Igualmente queda claro, que los gobiernos pretenden parecerse a ese mito, pero terminan siendo exactamente lo contrario. Mientras tanto, solo se dedican a quitarle a los más pobres para darle a los más ricos, en esta suerte de Hood Robin.
Alberto Medina Méndez
Corrientes, Argentina
Corrientes, Argentina
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