lunes, 28 de abril de 2008

Lo que subyace al progresismo

El progresismo, por Ignacio Massun

El progresismo es hijo del marxismo, pero con los años fue adquiriendo una fisonomía propia. Los progresistas que suelen llamarse “progres”, tienen en la base de su pensamiento la lucha de clases. De una u otra manera, expresan una visión de la historia bipolar, donde existen oprimidos y opresores, y su acción siempre tiende a la liberación de los primeros. Pero en el progresismo esa raíz marxista suele ser reprimida. Los progresistas nunca expresan abiertamente que desean terminar con la propiedad privada y instaurar un régimen socialista o comunista. Y allí es donde está su mayor debilidad, como diría Freud, esta represión de sus verdaderos orígenes, hace eclosión de una mala manera.
Los progresistas viven en un permanente desencanto. El mundo no es lo que debería ser. Frente a la caída del comunismo, como reconoció Eduardo Galeano, se sienten como niños huérfanos y a la intemperie. No combaten la propiedad privada como principio, pero sospechan de todo el que tiene éxito en los negocios. No rechazan el contrato de trabajo, pero siempre el sueldo del trabajador es menos del que se merece.

Uno de los rasgos más característicos del progresismo es su visión conspirativa de la historia. Por todos lados existen confabulaciones para someter a los pueblos y robarles sus riquezas. La pobreza jamás es fruto de errores propios, siempre se debe a las conspiraciones que desde las sombras se apropian de nuestros bienes. Como señala Popper: la “teoría conspirativa de la sociedad sostiene que los fenómenos sociales se explican cuando se descubre a los hombres o entidades colectivas que se hayan interesados en el acaecimiento de dichos fenómenos (a veces se trata de un interés oculto que primero debe ser revelado), y que han trabajado y conspirado para producirlos. Esta concepción de los objetivos de las ciencias sociales proviene, por supuesto, de la teoría equivocada de que todo lo que ocurre en la sociedad – especialmente los sucesos que, como la guerra, la desocupación, la pobreza, la escasez, etc., por regla general no le gustan a la gente es resultado directo del designio de algunos individuos y grupos poderosos. […] Ya ha desaparecido la creencia en los dioses homéricos cuyas conspiraciones explicaban la historia de la guerra de Troya. Así, los dioses han sido abandonados, pero su lugar pasó a ser ocupado por hombres o grupos poderosos -siniestros grupos opresores cuya perversidad es responsable de todos los males que sufrimos- tales como los Sabios Ancianos de Sión, los monopolistas, los capitalistas o los imperialistas”.

Otra de las características de los progresistas, ligada a la anterior, es su tendencia a sospechar de todos de los que no comparten sus creencias. Quienes piensan diferente, o tienen distintas maneras de ver las cosas, lo hacen intencionalmente, defienden intereses oscuros, o son parte de esa oscura confabulación mundial, o trabajan en defender sus propios intereses egoístas.

Los progresistas quieren redistribuir la riqueza pero no saben cómo, no tienen ningún criterio certero para hacerlo, y jamás consideran los efectos que sobre la producción de riquezas suela causar esa distribución. Consideran a las riquezas como “algo existente” que hay que repartir mejor, no ven el fenómeno en la dinámica en la producción y el crecimiento.

Para el progresista toda persona, por el solo hecho de serlo, merece condiciones económicas tales que le permitan una vida digna. Parece un principio indiscutible, pero cabría preguntarse, si esto fuera así, ¿Quién querría trabajar? En general defienden todo tipo de “asistencialismo”, todo aquello que el estado pueda hacer por los mas pobres, pero nunca se detienen a observar los efectos secundarios que esa ayuda puede generar: clientelismo político, falta de estímulos para la iniciativa para el esfuerzo personal, costos impositivos o retracción de crecimiento económico. Por otra parte, cualquiera sea el monto que el estado utilice para su acción social, siempre será menor del que debería ser, como si tales decisiones no fueran siempre fruto de un compromiso entre objetivos incompatibles.

Frente al tema de la seguridad, siempre se inclinan más hacia el delincuente que hacia las víctimas. Si alguien pone el acento en la defensa de la seguridad inmediatamente los asocian con los represores. Atribuyen la delincuencia a la marginación social, sin diferenciar entre el que roba un pan para comer, y el que organiza secuestros para cobrar millones de dólares. La policía siempre es sospechosa de cometer abusos, y es menos creíble que los delincuentes. Como dice Jorge Fernández Diez “algunos segmentos ideologizados del progresismo, y por supuesto gran parte de la izquierda sostienen que, como la delincuencia es producto de la miseria, y por tanto del capitalismo, los delincuentes son víctimas del sistema. Que forman parte de la lucha de clases y que de alguna manera se revelan contra las injusticias de estado. Que esas víctimas deben ser preservadas de la persecución de la policía que es mafiosa y funcional al despojo producido por la burguesía. […] el delincuente es, en realidad, un individualista salvaje y la sociedad carcelaria, un laboratorio de horror fascista. […] mirar a los delincuentes con admiración y creer que el ambiente en el que se mueven tiene algo que ver con “la cultura de los postergados” resulta un gran mal entendido de ciertas clases ilustradas. Es, precisamente una mirada pequeño-burguesa progre puesto que el proletariado argentino sufre más que nadie las consecuencias de los criminales y tiene por lo tanto pensamientos en las antípodas de esa posición romántica e indulgente.

Son radicalmente “pacifistas”. No justifican la violencia en ninguna circunstancia, si hay una manifestación violenta, en especial si tiene inspiración marxista, no condenan que incendien edificios o ataquen a la policía, porque ven en esas acciones una justificada protesta social. Si, por el contrario, la policía actúa contra los manifestantes, aunque sea dentro del marco de la ley, los acusan de violar sus derechos y ejercer una represión ilegítima. Cuando analizan la situación mundial también son “pacifistas” extremos. Condenan todas las guerras. Obviamente entre la guerra y la paz todos los hombres de bien prefieren la paz. Pero el pacifismo a ultranza, significa que los más fuertes pueden dominar el mundo sin que nadie pueda impedirlo. Si el pacifismo extremo fuera defendido por las mejores personas, hoy Hítler sería emperador del mundo, y hubiera eliminado a todos los judíos, los gitanos y probablemente otras razas del planeta.
En el mismo sentido absolutizan los valores ecológicos. Ante el progreso y la ecología, siempre optan por la ecología. Sueñan con volver a un mundo natural, con tecnologías primitivas y no contaminantes. No perciben que el camino del progreso es irreversible, porque sin la tecnología jamás el planeta podría mantener la población actual, que es decenas de veces mayor que la que existía cuando el trabajo se realizaba con máquinas y herramientas primitivas.
Frente a los animales aplican el esquema opresor-oprimido. Siempre el hombre es culpable de todo lo que le pase a los animales. Cazar un animal es un acto criminal…salvo que se trate de un indígena, en ese caso, como el indígena es un oprimido, puede hacerlo.
Muchos se hacen vegetarianos, porque consideran que matar a un animal para comerlo es una participación en un acto de genocidio sistemático.

Están en contra de la tecnología. No abiertamente, pero ven con malos ojos las innovaciones tecnológicas, porque son creaciones del “gran capital”, las “empresas multinacionales” o el “capitalismo financiero” para hacer gastar a la gente, para alienarla y hacerla cada vez mas dependiente de sus productos. Aunque no lo dicen, son equivalentes a lo que el marxismo denomina “fetiches”.

Sorprendentemente en el tema del aborto, no toman partido por el mas débil, el niño por nacer. Defienden el aborto porque buscan la liberación de la mujer del yugo machista. Consideran que la obligatoria continuidad del embarazo somete a la mujer, símbolo del oprimido, a la voluntad del hombre que “la embarazó”.

Como se oponen obsesivamente contra toda discriminación defienden los derechos de los homosexuales y descalifican como “homo-fóbico” a todo aquel que disienta en su política, no solo de tolerancia sino estímulo a la “libre elección de sexo”. El género es una elección libre de cada uno.

No creen en la democracia representativa. La verdadera democracia está en “la gente” (jamás “el pueblo” o “los votantes”, etc.). La voluntad de “la gente” no se expresa votando ni en las encuestas. No creen en las encuestas por su visión conspirativa: siempre piensan que están adulteradas, salvo las que les den la razón. La voluntad de “la gente” se expresa en manifestaciones callejeras. No importa que en un país de treinta millones la manifestación sea de doscientas personas. Ahí encuentran la verdadera expresión democrática.

Aceptan que se instalen en el país empresas multinacionales y que ganen dinero, pero todo lo que ganan deben reinvertirlo. Cuando retiran utilidades están desangrando al pueblo. Lo mismo ocurre con las empresas “nacionales”. Como los progresistas han renunciado a la ortodoxia marxista pero siguen imbuidos de su “halo mágico” aceptan que haya empresarios, porque los necesitan para que generen puestos de trabajo y produzcan bienes de consumo, pero no aceptan que ganen mucho dinero, y si lo ganan, deben reinvertirlo, jamás disponer del mismo a su antojo.

Es mentira que el Estado sea ineficiente. Aunque constatan a diario que los organismos del Estado gastan mucho y producen poco, atribuyen esto a la conducción actual, a campañas de desprestigio financiadas por intereses espurios en busca de su privatización. Cuando el Estado sea conducido por un gobierno progresista la burocracia mágicamente se volverá eficiente y estará al servicio de “la gente” y no del “lucro desmedido” propio del “capitalismo salvaje”.

La solución de la economía está en los micro-emprendimientos, en la “economía popular”, en las cooperativas pequeñas. No importa que esos proyectos no paguen impuestos, ni den una garantía de futuro a sus integrantes. En realidad estos emprendimientos pueden ser una solución de último recurso para situaciones de emergencia social, peo su productividad es bajísima y jamás pueden dar impulso a una economía. De hecho, en cuanto la actividad económica se reactiva, son la mayoría los que, al tener posibilidad de acceder a un trabajo regular abandonan esos mircroemprendimientos. Sin embargo los progresistas sueñan con que la economía funcione con millones de microempresas.

No están formalmente en contra de las empresas privadas pero diferencian entre pequeñas y medianas empresas (pymes) y “grandes empresas”, las primeras son buenas, o al menos tolerables, las segundas representan el mal. No importa que haya una pyme que sea monopolista, o exija proteccionismo, subsidios, pague bajos sueldos, evada impuestos y sea irresponsable, o que una gran empresa tenga mejores sueldos, mejores servicios sociales, pague impuestos y se mueva en un mercado súper competitivo. El tamaño hace la diferencia. Un buen progresista siempre defenderá las Pymes.

Fomentan el “vivir con lo nuestro”. Aunque no propugnan cerrar las fronteras, defienden el proteccionismo, y la reducción del comercio internacional. Aceptan una reducción del nivel de vida con tal de evitar las exportaciones que “cierran fábricas y eliminan fuentes de trabajo”. Pero no miden hasta que punto esa situación puede hacer colapsar todo lo que es nuestro modo de vida habitual en la actualidad.

Piensan que los pobres viven peor que nunca. No advierten que en términos absolutos la pobreza disminuyó notablemente. Lo que creció en determinados países y en algunas regiones es la desigualdad, pero no bajó el nivel de vida de los pobres en el siglo del capitalismo. Hoy está considerado debajo de la línea de pobreza el que no puede tener televisor o heladera. Aún un linyera ciudadano vive mejor que un recolector de la edad de piedra.

El progresista es opositor. No puede gobernar. Si gana las elecciones o defrauda a su electorado volviéndose retrógrado, liberal, vasallo del neoliberalismo, impulsor del capitalismo salvaje, o deja el gobierno, según él, acosado por las presiones y la imposibilidad de gobernar. En realidad las propuestas progresistas carecen de sustentabilidad. Son adecuadas señalando algunos males sociales, pero no tienen respuestas adecuadas ni coherentes.

Las tribus indígenas tienen la verdad. Como oprimidos representan la verdad ancestral. Tienen conocimientos superiores a los de la cultura occidental que los desprecia. Mantienen un equilibrio con la naturaleza (la madre tierra) que los occidentales capitalistas han perdido. En ellos reside una sabiduría que los occidentales jamás aceptarán. Incluso sus mitos y milagros son respetados y venerados.

El progresista es democrático a ultranza. Trata de llevar la democracia a la familia, a la escuela, al ejército. Le cuesta reconocer la existencia de roles jerárquicos, porque resultan formas de opresión. El maestro debe consultar a sus alumnos antes de actuar, y si es muy exigente con sus estudiantes, es u fascista. Se tiende a nivelar hacia abajo. Todos los alumnos deben aprobar sus exámenes, lo contrario es discriminatorio. No hay que exigir demasiado, la escuela debe lograr que todos tengan éxito. Los alumnos mediocres y poco estudiosos son los futuros oprimidos… hay que defenderlos desde la escuela. Los más capaces y estudiosos, tienen por ello, una cierta “vocación” de triunfadores opresores. Los alumnos deben divertirse en la escuela, deben hacer lo que desean, el docente no puede oprimirlos con obligaciones que ellos no aceptan.

El capitán de un barco debe consultar a sus marineros antes de ordenar un viraje, aunque ponga en peligro a la nave. El cumplimiento de la ley no pude ser impuesto, debe surgir del deseo íntimo de cada uno. Si alguien es obligado a cumplir con una ley que viola su conciencia se lo está oprimiendo.

El progresista es un relativista moral. No existen verdades absolutas, cada persona debe buscar “su verdad” y la verdad depende de las circunstancias históricas y sociales, así como de la voluntad libre de cada uno.

Los derechos humanos, y la lucha contra las discriminaciones, una conquista del liberalismo, han sido tomados por el progresismo y es aplicada de una manera tan extensiva, que no sería raro que pronto se considere una atrocidad negarle la licencia de conducir a los no videntes.

El progresista odia a Estados Unidos, al que identifica con todos los males del mundo. No es sobre la base de un conocimiento histórico ni sociológico de la realidad estadounidense. Estado Unidos es el poder y la riqueza y el progresista siempre está de parte del más débil y pobre. Pero no es porque Estados Unidos comete atrocidades (y vaya si las comete) sino por el solo hecho de ser rico y poderoso que es odiado. Las violaciones que el gobierno estadounidense pueda cometer no son la causa de su encono, sino una confirmación de algo que ya se sabía desde siempre. Solo se puede ser exitoso a costa de las desgracias ajenas.

lunes, 7 de abril de 2008

Retenciones y modelo de País

Cada vez que se discute sobre los impuestos en general, y con respecto a las exportaciones en particular, es común escuchar el argumento de que “la Señora Presidente está planteando un nuevo modelo de país, donde uno de los ejes centrales está en la redistribución de la riqueza”.

La “redistribución de la riqueza” no debe hacerla el Estado (excepto en una mínima proporción), debemos hacerla los ciudadanos que la producimos, es lo que corresponde y es también lo mas beneficioso para el desarrollo del país. Más allá de esto, y obviando lo que sucede cuando un funcionario tiene mucha plata ajena para distribuir, aún con buenísimas intenciones el Estado siempre redistribuye de una forma mucho más ineficiente que los privados. Esto es pobreza a futuro.
Igualmente, y aceptando por un momento que esta fuera la idea (la redistribución), debería hacerse mediante el Impuesto a las Ganancias, ya que es la forma más inteligente de hacer contribuir a los ciudadanos. Mediante retenciones se subsidia a toda la población (sin diferenciar ricos de pobres) y se castiga a los productores más pequeños y marginales. Si quedan dudas, solo hay que mirar lo que hacen nuestros países competidores, ninguno aplica este tipo de impuestos (retenciones), ¿estarán todos equivocados?, o será que los argentinos sabemos mucho de economía…

No creo que debamos discutir el modelo de País, y menos aún que a la Sra. Cristina K le corresponda imponer el “nuevo modelo” a través de un impuesto fijado por un ministro. Este “modelo de país” está bien discutido y claramente expresado, se llama Constitución Nacional y debemos respetarlo, ya que incluye los acuerdos más básicos que debemos considerar todas las personas para llevar adelante nuestra vida en sociedad.

Si nos remitimos a nuestra Constitución Nacional (modelo de país), vemos claramente que los impuestos a las exportaciones son violatorios de la misma. Lo son doblemente; primero por la violación al derecho de propiedad claramente garantizado en la Constitución, dado el monto altísimo sustraído al que produce la riqueza (el dueño de la cosa, el que tiene derecho a usar y gozar de ella como le de la gana con el sólo límite de no perjudicar a otro). Segundo, por la forma en la que se ha fijado esta imposición, que no ha sido aprobada por el congreso (o sea por los representantes del pueblo argentino), lo que es requerido expresamente por la Constitución.

Propongo que en lugar de discutir el “modelo de país” que ya está acordado, discutamos el modelo de gobierno, poniendo énfasis en los conceptos de Representación, República y Federalismo, todos ellos claramente definidos en nuestra Constitución Nacional, y a los que solo resta observar (y respetar) con acciones inteligentes, honestas y transparentes por parte del gobierno.

El camino al desarrollo

En los países desarrollados hay libertad y responsabilidad. El Estado no se mete mucho en la vida de la gente, ni dándoles subsidios, ni quitándole lo que gana con altos impuestos. Se respeta la propiedad privada, porque ésta es producto del trabajo libre, la creatividad y el esfuerzo. El poder del estado es limitado, es decir, se autolimita a defender los derechos de los individuos y ofrecerles un lugar justo, seguro, pacífico, y darles la posibilidad de progresar (mediante la educación, por ejemplo) y de crecer si quieren hacerlo.
Estas son las ideas de grandes pensadores, como Locke y Hume, que ya han sido tomadas e implementadas en todo el mundo desarrollado, pero también son las ideas de nuestros padres fundadores (Alberdi y Sarmiento entre otros), que plasmadas en la constitución del 1853 hicieron que la Argentina dejara de ser un desierto para pasar a ser un país extraordinario, de vanguardia mundial, el lugar a donde nuestros abuelos quisieron venir a vivir y crecer.